martes, 21 de julio de 2009

Un grillo

Despertaste una mañana
en aquella oficina gris
no supiste como salir.

Todos te observaban,
habías cambiado.
Algunos te señalaban,
otros se sonreían...
Algunos te temian,
quiza uno te odiara.

Te escapaste por entre las
hojas, las cartas
y los diarios.
Y todos volvieron
inmutables
a su ritmo cotidiano.

Yo seguía pensando en vos
en tu alegría,
en tu miedo,
y tu canto.
Y volví...
a mi ritmo cotidiano.

A la hora de partir,
te encontré de nuevo.
No habías cambiado...

Te tomé entre mis manos,
salí de la caja de cemento
y cristal
y te deje entre las hojas
verdes.

Y me fui, sin mirarte
sabiendo que Serías,
que habías vuelto,
y que tu melodía brillaría
nuevamente
bajo las gotas de la noche.

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